Y a veces me volvía a la noche del trópico a visitar mi sueño, hecho de fragmentos de realidad, de plantas colgantes, de mapas gigantes esculpidos en paredes que podrían saludarte y a las que les entregarías tu corazón.

Esos sueños que no te dejan durante días, que obsesionan tus ratos libres y te llevan una y otra vez al trópico, a degustar sus platos salvajes, sus cócteles afrodisíacos, su cocina tropical en la que la yuca frita es la princesa, la ensalada caprese de mango la reina y el tartar criollo el rey. Luego una avalancha mortal de sabores, de flores de invierno, de sonrisas que contagian la sensación de vacío que golpea tu alma al terminar el mousse de maracuyá.

Drogado de belleza en cada rincón, drogado de luz polar que entra por la enorme cristalera, drogado de micro-emociones que viajan en loop a través de mis ojos hasta llegar a mi estómago.

Mi estómago, el indicador de mi hambre saciada en esta joya del Raval, mi estómago lleno de mariposas de amor.

Un amor desbocado, el trópico, un sueño dentro de otro sueño.

Sergi Barnet

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Trópico
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