Sweetleaf LIC

Desde que ves la cola para entrar saliéndose por la puerta, temes que algo no va del todo bien. Llegas y ojeas la cola, los baristas, laMarzocco, bolsas de café etiópicas y guatemaltecas, una vitrina de pasteles y aun no sabes porqué se comen estos de la cola el coco. Sin quererlo y además sin tener que hacer nada, llegase la profunda impresión de un single-origin espresso, cercándote toda las facultades con no sólo su perfume sino también con esa taza pequeña con crema inexacta—teñida de un marrón, a la vez oscura y clara, casi anaranjada dirías—y es que en este momento ya sabes que todos los otros, como ahora tú, habéis viajado a esta esquina recóndita de Queens para  hacer la cosa más normal de la vida, echar un café. Te parece, como a casi todos los otros, una tontería.

No obstante, ya que estás te pides uno y una vez pedido los baristas se te acercan, preguntándote qué tal vas, o diciendo a los muy conocidos que ha pasado demasiado tiempo desde que vuelven, aunque hayas estado hace dos horas. Es una de las cosas más desapercibidas de Sweetleaf, que aun por ser reconocida por todos los cafeteros desde Bleeker Street hasta Harajuku, y a pesar de ir de vez en vez creciendo y atrayendo cada turista que llega a pasar por sus lejanos lares, por un día o tres años que no vayas, en esta cafetería de ti se acuerdan. Así me pasó a mi, después de ir por primera vez en 2008 y no volver hasta diciembre del año pasado. El dueño me miró y dijó, “hace mucho que no vuelves.” Ahora, cada día voy.

Yo me acordaba de una cafetería pequeña, con medio bar donde ni siquiera se podía esperar el café; pero me acordaba del café. Volví a encontrar un bar alargado, donde me podía poner a beber y charlar, también hay una mesa con wifi ahora para aquellos con los deberes, y aún más alejada una habitación, quizá mejor decir una cueva de maravillas, con paredes de carmesí que casi no se ven a través de las fotos de rockers y los discos que adornan la aguja y el plato del centro. Suponía ya que el café había cambiado, desprendida de su forma añeja, destinada por los días venideros a quedarse suspendida en el tiempo; con la taza en mano, me preparaba para lo peor.  Pero el café me supo mejor; me acordé de esos primeros contentos días. En la  Gran Manzana Podrida, todavía no tenemos que aguantar la desastrosa pérdida de Sweetleaf y, con lo bien que va la cafetería, será mucho antes de que tendremos que rebuscarnos otra.

Andrés Olmedo

Contact
Sweetleaf LIC · 10-93
Jackson Avenue,
Long Island City, NY,
917-832-6726