Caminando por la ciudad, cada vez más, el olor a salitre se impregna en nosotros. El bochorno barcelonés ayuda a ello. No es nada angustioso, caminamos persiguiendo la brisa. Atajamos por calles estrechas llenas de bodegas, que algún día olieron a pescado.
La esquina al mar, nos rompe la perspectiva, es un pequeño oasis sobre la acera, en el que no huele a paella.

Una lista de sabores «paradisiacos» que refrescan solo con leerlos, bonitos botes a modo vaso, madera, hielo picado, mango y aguacate; es verano!

A ella le gusta la sandia, sonríe y se siente a gusto resguardada del trajín de la playa. Él se siente como en casa, no se deja por anotar en su agenda, ninguno de los eventos «healty» para esos días de vacaciones.

El dinamismo invade por completo ese rectángulo de madera al aire libre. Es el contrapunto a un mar que parece estático.

Yolanda Aranda

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