Nakeima

Hace ya más de año y medio que oí hablar de Nakeima por primera vez. Leía un artículo recién publicado en el que explicaban el éxito de un nuevo local bajo el formato “dumpling bar”, con llenos diarios y sin reserva, para conseguir mesa tenías que hacer aproximadamente hora y media de cola y tener suerte. Estas primeras líneas me desanimaron a intentarlo pero para cuando, unos renglones más tarde, había terminado de leer, mi saliva había hecho todo el trabajo y mis dedos se encontraban telefoneando a la amiga que consideraba perfecta como acompañante.

Al poco tiempos nos presentamos allí, con unas cervezas y conversación suficiente para esperar el tiempo que hiciera falta. Éramos las segundas. A los cinco minutos de llegar, ya estábamos allí los 20 comensales que esa noche compartiríamos risas y placeres gastronómicos. El tiempo pasa más rápido de lo que imaginamos a priori y a las 20:30 apuntan nuestros nombres en la ansiada lista. Tenemos medía hora para tomar algo, a las 21:00 nos llamarán en la puerta para entrar.

Nada más entrar nos damos cuenta de qué esta experiencia será diferente, será más que una cena y comienza el espectáculo. El ritmo de la música nos anima a pedir dos vermuts (los dos primeros). “No leas esa carta”, nos dice el camarero cuando nos descubre mirando los platos escritos en la pared, y comienza a contarnos lo que tienen ese día. Elegimos casi todo: ostras con ponzu de piña, dumpling de zamburiñas con corteza de cerdo, bao de carabineros con mayonesa de ibéricos (Es- pec- ta- cu-lar), niguiris variados, temaki de atún rojo, ramen (había que probarlo a pesar del calor) y curri rojo de codillo. De postre niguiri de queso y membrillo. Explosión de sabores y maravillosas sorpresas en cada plato, todo mejorado gracias al ritmo que impronta el personal, la cadencia de llegada entre cada plato, el show de ver en directo como tratan la materia prima…

Y al final, llega el final. Prácticamente nos lamentamos de estar saciadas. Volvemos a la calle felices y un tanto ebrias, pensando que nunca una espera había merecido tanto la pena.

Cristina V.