Marko Milanovic
Me despierto embriagada por una explosión cromática que capta mi atención. Rojo, azul, amarillo, verde, naranja. Y vuelta a empezar. Mis pensamientos fluyen ordenados de igual forma que los ingredientes de ese sándwich que preparé anoche.
Harta. Harta de intentar encontrar la perfección y no conseguirlo. Quieres que todo sea perfecto. Y no puede serlo. Porque nada es perfecto y lo sabes. Ni tan siquiera el imaginario foodie de Marko Milanovic. Porque la perfección no puedes verla, ni tan siquiera acercarte. La intuyes, la notas, la buscas. Pero no la alcanzas. Y en ese instante, en el que la rabia no te deja pensar, explotas. Explotas liberando tu creatividad infinita y me arrastras a tu universo anárquico.
Mareada por una borrachera de colores infinita, te aparto. Y vuelves. Te aparto y de nuevo, vuelves. Porque eres caos. Desorden. Intentas calmar tu furia con imágenes de comida pero todo te parece muy mainstream y entonces, te odias. Odias en lo que te has convertido y buscas algo más. Algo lleno de color, de orden, de confusión, algo tan ecléctico que consiga alimentar tu espíritu inquieto. Algo como lo que hace Marko Milanovic. Un sedante para tu alma que calma, al menos de momento, tu ansia artística.