Era aun de día cuando por fin llegamos al caribe y como todos los viernes la gente sonreía entre palmeras y los gatos iban a su puta bola por tu cabaña.

El sol había pintado las paredes de amarillo en Macondo, la cara atemporal de la camarera no nos dio ni una pista acerca de la comida caribeña que íbamos a disfrutar, no estábamos preparados para transportarnos a los mejores aromas y sabores del caribe, pero nos sentíamos como Paul Newman en sus películas, los putos dioses del restaurante, así que todo podía suceder.

De repente los platos nos empezaron a invadir, en el mejor ataque caribeño que jamás hayamos presenciado, patacones de pollo, mollejas a la parrilla con ensalada criolla, chicharrines con platano maduro y yuca, ceviche caribeño, todo desfilando delante de nosotros, un éxtasis de sabores a los que no estamos acostumbrados, todo un mundo pornográfico para nuestras bocas insaciables de nuevos colores, mezclas y contrastes.

Volver a la calle fue como pasar de viernes a lunes en un segundo, un drama de magnitudes gigantescas que solo pudimos frenar subiéndonos a la palmera más alta para intentar divisar el caribe.

Serge Barnet
Fotos: Victor Ibañez / Serge Barnet

 

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