C/ Luis Santángel 1.
Valencia
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Hablemos de un lunes del que solo hablaba el calendario. El sol llamaba al verano. El hambre, sonaba a fin de semana. Marcaron las catorce-cero-cero y dejaron al día travestirse. Volverse festivo. Y eso. “Vayamos a L’Alquimista”. Enviado. Leído. Reservado.
Mis pies se conocían de sobra los adoquines de esa calle y se morían de ganas de cruzar (otra vez) esa puerta de cristal. De las pocas mesas, una con dos sillas llevaba mi nombre. En una aún más pequeña, comía un chico que nos invitó a paella en su casa. Más tarde y en la de al lado, dos chicos italianos eligieron con tal maestría los platos que me dieron ganas de comer por segunda vez. Eramos cuatro gatos pero el aforo estaba completo de amabilidad, paz, simpatía y familiaridad.
Nuestras vacaciones de dos horas empezaron en la burrata con tomate, berenjena y albahaca. Que, permitidme la bromilla, era una auténtica burrata burrada. Pum pum chás. Venga, a lo que íbamos. Siguiente parada: Crescione de tomate al pomodoro. Tan fina y crujiente y tan blandita y ardiente. Nada más bueno y más italiano que eso: masa, tomate y queso.
Y llegó la pasta. Tagliolino al tartufo + spaghetto alla chitarra carbonara con guanciale. Dos platazos con los que entender por qué les persigue la coletilla de “Il mago della pasta fresca”. Trufa que olía a maravillas. Pasta cocida al dente, al colmillo y al premolar. Porque más en su punto no se podía morder. Y bueno, eso de “alla chitarra” que ni idea de qué era, nos explicaron que es por el modo en que elaboran ese tipo de pasta. Que bien podía ser magia, pero la cosa iba de música.
Resulta que utilizan un cortador que tiene los filamentos colocados cual guitarra. Al estirar la masa, la colocan encima y con un rodillo tocan las cuerdas hasta conseguir las tiras. Vamos, unos spaghetti que entran por los ojos, la boca y los oídos.
Y aunque no lo parezca, aún quedaba un huequito para el postre. Que eso no se perdona. Tarta de queso. Un clásico pero esta vez, con unos mordiscos muy, muy suaves. De los que mola dejar para los últimos antes de parar de masticar.
Y ya con el café, la misma pena del final de vacaciones. Porque L’Alquimista fue nuestra casita de verano. Los de las otras mesas, los vecinos que acaban siendo tus amigos. Y ellos, los guías que convirtieron nuestra ruta en oro. En su tarjeta dicen son para comer, para picar, para llevar… Pero ya os digo yo que son para repetir.
Sandra Chanza
Fotos: Aurora Canós
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