La primera vez que comí un plato de pasta, de los de verdad, fue en un restaurante escondido en el barrio del Trastevere, en Roma. Tras varios días intentando salir ilesos de los lugares hechos por y para el engaño al turista, encontrar un pedacito de autenticidad fue como dar a parar en un oasis tras un largo camino en el desierto. Aquel pesto rosso me hizo olvidar todo lo que hasta el momento había entendido por “un buen plato de pasta”. Desde entonces me cuesta elegir restaurantes italianos cuando salgo a cenar porque, salvo raras excepciones, la cosa acaba en decepción.
Entonces apareció en mi vida La Tavernetta, un espacio sencillo y acogedor escondido en la calle Orellana, un tesoro que te transporta al sur de Italia de forma exprés, sin moverte de Madrid. Su carta es un derroche de los sabores más auténticos y cuidados de la comida sardo siciliana. Además siempre tienen un par de platos fuera de carta que el entregado personal no dudará en comentarte. La carta de vinos está igualmente escogida de forma minuciosa, por no hablar de los postres para los que, por favor, no dudes en dejar hueco.
En nuestra primera visita el calor de la calle era ya asfixiante y decidimos comenzar con un refrescante spritz y un aperitivo cortesía de la casa. Siguieron los linguini a la carbonara con papada y sin nata (el plato más sencillamente delicioso del planeta), noquis sardos con ragut de salchichas, busiati con ragut de costillas de cerdo ibérico y la auténtica lasaña a la boloñesa… El café viene acompañado de unos cannoli con los que he seguido soñando desde aquel día.
Cuando pagamos la cuenta ya había decidido que tenía nuevo lugar favorito, nueva obsesión, nuevo plato de mis sueños… Vamos juntos hasta Italia… queda al ladito de casa.
