Iluminada por su aura en su día, recibiendo y reflejando la luz con sus ojos claros, con su abrigo de falso otoño, abrió su bolso satchel y saco un pañuelo de seda para anudárselo a su largo cuello, alta y esbelta con rasgos de gran dama del siglo XIX cerca del año 14 de la era moderna.

En visión panorámica como si estuviera en lo alto del edificio Chrysler con toda su magnitud Art Decó, vislumbró Kilo Restaurante y como las lámparas caían del techo sorteando el fantástico aroma que destilaban los platos, la barra en forma de L vigilaba a los comensales allí reunidos, el ambiente era frío y urbano, al bajar las escaleras de la entrada se sintió mas diva de lo habitual y durante el trayecto que la acercaban a su mesa, los espías en forma de blancos ladrillos la observaban con curiosidad como si supieran que su secreto estaba a punto de escaparse como un globo de feria.

Degustando uno de los menús con mas renombre de la ciudad, ocurrió algo. Un exquisito plato de huevos poché recubiertos por una crema alucinógena susurraba una melodía convertida en canción de cumpleaños ante la sonrisa incrédula de sus amigos, el bacalao con espárragos hizo los coros con una precisión brutal y la sinfonía termino con una espuma de chocolate blanco con bolas de helado que hizo que todo cobrara sentido en un día para recordar.

Ella era sin duda una invitación a la felicidad envuelta en un kilo de nubes de telas .

Serge Barnet

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Kilo Restaurante 
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