Comer modernamente sin ser un rematado glipollas: Colas para comer

Barna, tenemos un problema. Vale que es un mal que afecta a muchas ciudades, pero egoístamente, las demás me importan una mierda.
Barcelona es uno de los ejemplos más claros de ciudad globalizada, violada sin piedad por turistas y aburguesados, quienes la han infectado de un sida llamado gentrificación.
Ante este contexto, nos encontramos con una ciudad reconstruida en cartón piedra, donde todo pasa y nada queda. Con bares y restaurantes de mentira, escasos de carisma e identidad propia.

A día de hoy, encontrar baretos y restaurantes molones, auténticos y con identidad, se ha convertido en una tarea de pura investigación. Lugares que siempre se han caracterizado por su frescor y espontaneidad. El aquí te pillo aquí te mato. Pasar por delante y decir “Vamos a tomarnos un par aquí”, “Mira, hoy el cuerpo me pide cuchara, vamos en un pim pam”. ¿Me explico?

¿En qué cabeza entra el tener que reservar medio metro de la barra de un bar para tomar algo?

Pues sí amigas. En Barcelona hay bares que se han puesto tan de moda que tienes que reservar sitio en la barra. En plan, “quiero reservar la esquinita de la barra para 3 personas en el turno de las 19h”. Flipa.
Y este es el gran problema con el que nos encontramos: La precaria existencia de este tipo de garitos, hace que se conviertan rápidamente en el hype del momento, siendo lugares imposibles en los que no queda otra que reservar, en el mejor de los casos, o esperar y esperar. Y sinceramente amigos, si hay algo que me parezca más rematadamente estúpido y ridículo que reservar una baldosa de la barra para tomarme una caña y una croqueta, es hacer cola para comer o beber.

Cuando hablo de hacer cola, no me refiero a tomar una caña en la barra mientras charlas con tus colegas durante 30 minutos y haces tiempo hasta que acaben los postres y el café los de la mesa 9. Hablo de pasar frío o calor en la calle, dibujando quilométricas y tristes colas que pueden prolongarse más de hora y media, para tener que comer en menos de 40 minutos porque hay más personas esperando.

Por poner un ejemplo, cada vez que subo en moto por la calle Girona y veo a la peña haciendo cola por comer un plato de ramen, que no deja de ser una escudella de toda la vida en clave japonesa, me entran ganas de bajar de la moto y repartir mantas de la Cruz Roja y tazas de caldo. ¿Dónde nos ha quedado el sentido del ridículo?, ¿Cómo podemos llegar a ser tan memos?, Quizás la dificultad por acceder a estos sitios y ser uno de los agraciados comensales les otorga cierto grado de elitismo?

Dicho esto, os voy a contar por qué no mola hacer cola para comer o beber:

Perdida de espontaneidad y frescor:

A ver, si te hace mucha ilusión ir a un garito que está muy de moda y que sabes que se peta, pues la improvisación es un error porque tienes todas las papeletas de quedarte sin catarlo. El problema es que hoy en día o reservas o haces cola. Y cada vez son más los sitios que no aceptan reserva, con lo que no te queda otra que pringar. Cuando lo que mola es la magia de la sorpresa, el impulso primitivo de comer aquí y ahora. ¿Qué gracia tiene estar esperando más de una hora en la calle?, viendo como los demás van entrando antes que tú, observándoles minuciosamente a través del cristal en su mesita, calentitos, con su copita de vino, riendo, brindando; felices. Con tal de pensarlo me visualizo a cámara lenta atravesando la puerta de una patada voladora y empezando a clavar cucharas soperas en gargantas y pechos mientras todo Dios rompe a gritar y el caos se apodera del local.

Comer fuera de casa está sobrevalorado:

Vale que somos muy hedonistas y nos gusta el buen comer y mejor beber. Pero se nos está yendo un poco de las manos. No pasa nada si tardamos un año en ir al mejor vietnamita de la ciudad o si no nos enteramos de que han abierto un kebab super molón en el Raval al que no van turistas y está frecuentado por adolescentes marroquís que esnifan cola en su interior, dándole un toque local y auténtico.
Hay una necesidad extrema por descubrir, fichar el primero y comunicar al mundo que has estado. Relax.
Haz el favor de aprender a hacerte una tortilla a la francesa y luego ve a los vietnamitas que quieras.

La moda de no aceptar reservas:

Lo dicho anteriormente, está de moda no hacer reservas. Locales pequeños que quieren ser dinámicos y tal, con mucha afluencia de gente. Me parece guay, en serio. Pero si eso implica presentarte a las siete de la tarde para hacer cola, me parece una mierda. ¿Vas con la merienda para ponerte en la fila en plan merienda-cena?
Desconocidos demasiado cerca a los que hay que aguantar:
Siempre tienes algún gracioso de risa nerviosa al lado. Siempre. Cuenta chistes a su grupito, pero mirando a los demás, buscando una pizca de complicidad y levantar una sonrisa ajena. Además, tienes todas las papeletas de que empiece a hablarte o peor aún, que se siente en la mesa de al lado y te joda el papeo. Porque os recuerdo que son sitios pequeños, muy cucos, pero pequeños. Y las mesas están demasiado juntas.

Es muy de los 90:

Hacer cola para todo forma parte de la prehistoria. Si mi abuela te ve hacer cola en la ventanilla del banco con la libreta en la mano, tendría que ir corriendo a cambiarse los pañales geriátricos del ataque de risa que le entraría. No seas pringado.

Es inmoral:

La única cola para comer que admito es la del comedor social en el que colaboro como voluntario. Y no hace falta decir nada más.

Recuerda que comer modernamente no implica ser gilipollas. Está permitido ir comiendo palomitas en la cola del cine o un bocadillo en la cola del paro. Pero no un miércoles de marzo para comer albóndigas. Hazte el favor.

Escarles Johansson