Regresar a la ciudad (que ya considero como algo mío) después de 15 días de algo parecido a un viaje espiritual, como cuando tienes jet lag, no sabia ni en que semana del mes me encontraba, me dirijo al precioso calendario que me regaló mi amiga ilustradora, y ese día lo decoraba una flor.

Aunque era un día precioso para poner los pies en el pavimento hidráulico, también lo era de agobiante. Trepamos por la ciudad sin dejar de lado las casetas de firmas para refugiarnos en Gracia, allí y a esas horas entre rosas, se respiraba un ambiente más futbolero.

Paseando bajamos Verdí a la búsqueda de algún olor exótico que nos abriese el apetito y llegamos a la plaza de la Revolució, allí nos llamo la atención el grafismo de la carta colgada en la fachada, de esta nada exótico llamaba la atención, al revés, palabras como bravas, Frankfurt… pero una mini terracita nos invitó a que ese fuese el día y el lugar.

Esperamos entre vinos un hueco para dos, la idea de cueva de «guiris» que habíamos tenido se nos diluía, con el vino, por completo.
Un burrito (lo más exótico de la noche) , una tabla de foie con compota de tomate (quien podía irse de ese lugar sin probar algo que tuviese el nombre del local!) y unas bravas, las mejores según ellos… (eso me lo guardo para otra reseña…)

El espacio desenfadado, cayendo en bastantes tópicos decorativos de referencia a la «cocina de mercado»  y «casolana», quedan de lado al descubrir la pieza clave, que no son un porrón de latas de tomate de tamaño XL, si no una mesa futbolín, de venta en Vinçon, por cierto!

La cuenta y una rosa. En Sant Jordi la ciudad se transforma.

Yolanda Aranda

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