Llevaban todo el domingo poniendo lavadoras, tendiendo ropa, pasando la aspiradora y quitando el polvo, gajes de la vida del emancipado. A las cinco de la tarde ansiaban un poco de glamour, estilo y sofisticación así que no lo pensaron dos veces: ducha y en marcha. Al llegar al lugar, ¡PERFECTO!, justo lo que necesitaban: un interior amplio de temperatura perfecta, cómodos sillones repartidos por todo el ambiente, atmósfera relajada y recogida, luz tenue y jazz de fondo que permitía una conversación distendida e íntima sin riesgo a ser escuchados por los vecinos de la mesa de al lado.

A pesar de disponer de una amplia propuesta de cócteles, se decantaron por una merienda: una porción de carrot cake para él, que le gusta el dulce pero en su justa medida, y una tartaleta de chocolate para ella, como no podía ser de otra manera. Dos apuestas bien diferentes y, sin embargo, ambas sublimes. El carrot cake, suave, esponjoso, se deshacía en la boca dejando un regustillo a canela. Mientras que en la tartaleta se mezclaba la base de chocolate más dura y seca con una crema dulce y el sabor amargo de la mousse de chocolate negro. Un combo difícil de superar.

Lo disfrutaron en silencio, saboreando el placer de comer bien en un entorno de lujo, y olvidando por un rato que en menos de 24h los dos volverían a sus rutinarios trabajos mal pagados. Y es que al final se trataba de eso, de encontrar lugares como aquel donde evadirse del día a día y compartir momentos especiales disfrutando del lujo que produce el bienestar.

Ana Codorniz
Fotos: Jaime Beriestain Web

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