Se despertó más nerviosa de lo habitual. Tras poner los pies en el frío suelo pensó en el motivo por el cual estaba tan emocionada. Hoy tenía una cita con él. Ya hacía una semana que ambos habían marcado ese día en el calendario y hoy por fin, había llegado el momento de volver a verse las caras.

Después de una larga y dura semana de trabajo, el sábado era el premio que se merecía e iba a aprovecharlo al máximo. La cita era a las 17.30h en Delacrem así que tenía todo el día por delante para apaciguar sus nervios. En cuanto llegó a a céntrica calle Enric Granados sabía que esa tarde iba a ser diferente a las demás y no sólo porque iba a probar uno de los mejores helados de la ciudad.

Se habían conocido durante unas vacaciones en Torino y desde el primer momento, sintieron esa magia que solo los afortunados llegan a experimentar alguna vez en la vida. Tras un tímido abrazo, se sentaron en la terraza -el día estaba respetando su alegría desmesurada y el sol bañaba sus cuerpos de dorada luz- y empezaron a pensar en qué pedir. Ella quería fresa, coco, yogur, cacao, pistacho o avellana. Él, no sabía si decidirse por el helado de capuccino, el de marrón glacé, el de fruta de la pasión o el de pomelo y menta, lo único que sí sabía era que lo quería todo, pero lo quería todo con ella.

Ese momento y ese lugar cambiarían para siempre la concepción que tenía del helado y es que, tras un primer bocado compartido, al que luego le siguieron muchos más, sus bocas estallaron de placer ante esos sabores tan desconocidos y familiares a la vez. Las caricias y los besos con sabor a chocolate, terminaría de dejar claro que esa chispa que sintieron en verano, no se había apagado. En Delacrem, la magia llega en forma de helado y no se desvanece ni se derrite, por mucho tiempo que pase.

Laura Hernandez
Fotos: Delacrem

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Barcelona